Cuando te encontré, Amor,
ya sabía de tu muerte.
Conocía mi aridez,
mi incalculable
soledad recóndita
donde no llega el sol,
ni maduran los frutos,
ni lloran las estrellas
su pena diaria,
débil y lejana.
Sabía mi austeridad
y sin embargo, Amor,
me poseíste escrupulosamente
insaciable y voraz.
Te convertiste en cactus
de raíces profundas
y reventaste, Amor,
(en desolado yermo)
con tu amarilla flor
dura y amarga,
hecha de viento y sal,
inmaculada.
¡Qué dolor de este Amor!
carne y espinas, herida y cicatriz,
hambre y hartura.
Yo conocí tu sed
y tu desgano.
Viví tu plenitud.
Amé tus asperezas
y tu desolación.
Resistí tu lascivia
con castidad impávida
y tranquila,
y corrompí mi soledad altiva
con tu frivolidad adolescente.
Yo te he matado, Amor,
arteramente,
para salvar
mi austeridad antigua.
Y ahora que ya no estás,
hoy que te has ido,
sé que tú eres más fuerte
porque me estoy muriendo
con tu muerte.