El sol en agonía bañó de rojo el cielo;
al reflejarse el cielo, tiñó de rojo el mar;
y en un lírico rapto de vuelo,
el alma encendida
se puso a cantar.
Un vaho purpúreo llenó el horizonte;
celajes de grana se vieron flotar,
y era color de sangre la silueta del monte,
y un haz de rojas plumas el palmar.
En el cárdeno ocaso, el alma era una nota
blanca sobre los tintes de cálido fulgor:
volaba, y era el vuelo un vuelo de gaviota;
trinaba, y era el trino, trino de ruiseñor.
El rojo del ambiente, con sus varios matices,
fundía en el espíritu su gama de color,
y era la vida un árbol de pujantes raíces
que estallara de súbito en una inmensa flor.
Y se sentía roja la caricia del viento,
y parecía roja la divina canción,
y la vida profunda latía como un lento
y ensangrentado corazón...
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