sábado, mayo 30, 2009

GUANAJUATO


Dejo allá la melancolía y al descender por el sinuoso camino -"Guanajuato 2008 metros sobre el nivel del mar"- descubro sobre la fosquedad de la noche un enjambre de luces doradas esparcidas al viento, que proponen como ineludible un problema de geometría en el espacio: un problema de absurda planificación aérea...¿Será menester, pienso, unir con esa línea esas variadas luces, una por una, para obtener el perfil de Guanajuato?

Constelación dislocada, anónima, múltiple, que rechaza por su sola presencia una razonable solución plástica. Luces arriba, altísimas, y otras caídas en la honda sima parecen señalar el zenit y el nadir del vacío inexplicable. ¿Granaditas? ¿Valenciana? ¿Pípila?...Rápidas conjeturas me conducen a la confusión y al sentimiento vertiginoso de estar a punto de perder la noción del espacio; me pasa el temor que de entrar a la ciudad, rodaremos por el vano negro en una caída terrífica, hasta quedar colgados del pico de una de tantas estrellas flotantes.

Y entro. Es una tentación que no puede declinarse. El vehículo va por la calle estrecha y pina rasando las fachadas; y los faroles adormilados dejan que la vía se tuerza, se alargue y se encoja con movimientos de reptil. No veo sino los faroles y breves jirones de paramentos, rejas fantasmas y huecos fugaces. ¿Dónde está Guanajuato? El doble enfilamiento de las fachadas, angulosas y tuertas, es un doble biombo que me impide penetrar en el misterio nocturno apenas entrevisto.

El vacío nocturno al claro del día está colmado de cerros, de montañas, de crestones, de pujanza roquera, y por enmedio de la extensa hondonada en caudal de caserío se vierten en tumulto cúpulas, torres, muros, ventanas, puertas en aglomeración hetérogenea y compacta. Inundación formidable y peregrina, la ciudad se precipita de lo alto saltando por sobre las aguas broncas de laderas y anfractuosidades. Avalancha incontenible que ofrece el prodigio de saber contenerse y no arrasar ni rebasar. De cierto, no hay nada que impida que Guanajuato naufrague en el vórtice, y se despedace y se pierda; y sin embargo, náufraga, la ciudad en un paradógico equilibrio, está allí, en el lomo del oleaje pétreo, siguiendo sus violentas sacudidas y fluctuaciones, indemne, sólida, neta, flotando sobre la tempestad mediterránea. Pero la masa no va al garete. Hay en sus rotas líneas una tensión de persistencia y una voluntad de acomodamiento. Real de Minas. Pienso en seguida en la veta alocada y epiléptica y empiezo a comprender.

Va persiguiendo la ciudad en marcha el sentido de la veta que fuga; esa serpiente que líquida -en el período de formación- reptó ágilmente por entre las grietas de la roca endurecida, serpiente de fuego y de metal que al enfriarse quedó plasmada -escultura-por el sinuoso camino de su camino, y que ahora es el fósil del apetito minero. La cordillera, la montaña y Guanajuato como accesión, han seguido el contoneo suave, el regate brusco, el esguince inusitado de la serpiente de plata y oro, galardón de presa y de codicia, premio del esfuerzo y la constancia. Los barrios, las calles, retratan y conforman el capricho dinámico de "Veta Madre". Van en su seguimiento; ya para alcanzarla se les hurta en un escurrimiento, en una cabriola subterránea; y la calle, el barrio, la ciudad, suben o bajan presurosos, en un brinco, en un vuelo, en una caída, obstinados y constantes...¡allá va! Y la calle corre, salta, trepa o se derrumba en su afán terco de atrapar el argentino fluir de la caprichosa serpiente, que juega al escondite, inmóvil y ágil, rígida, curvilínea y graciosa, como las calles de Guanajuato.

El contraste se presenta en mi mente espontáneo y obligatorio. Nueva York es una comprobación de Pitágoras: todo el misterio del hombre puede caber dentro de los números sajones. Calles formadas horizontalmente, como ejércitos, con su guarismo ordinal; edificios ordenados verticalmente con su número exacto de altitud, cuyos pisos son verificados en cada viaje por los ascensores para evitar así que se confunda el acomodamiento; casas fichadas, cuya ubicación instransferible puede hallarse con seguridad usando las coordenadas del rectilíneo crucero; avenidas vertebrales que organizan y endurecen el conjunto; tránsito rítmico de verde y rojo en los semáforos; kilómetros máximos de seguridad y diez accidentes estadísticos por hora; y por las noches los anuncios eléctrico cinematográficos que en su luz y sombra de aire sincronizado, sincronizan la vida de las plazas que alternativamente alumbran y ensombrecen. Aritmética, geometría, reloj y estadística, eso es una lógica ciudad yanqui.

Guanajuato es, al contrario, muy mexicana y muy latina. Es el instinto, es la inspiración, es la aventura. Es la imaginación, la rebeldía y el motín. Nada más ajeno a las ciencias exactas. Es un alarde coreográfico o un asalto a mano armada; es un torrente o un paisaje. Es la elástica danza de los espadachines que se embisten en una encrucijada, o el tropiezo fantástico de las casonas que deambulando por la noche despiertan en el bello desorden de la ciudad que se mueve. Es, en fin, mi encantador extravío cuando he roto por inútil el croquis del emplazamiento y me abandono al lazarillo de la apasionante sorpresa.

Tumulto, posesión pasajera y emotiva, vueltas a la derecha y a la izquierda, arroyos que se adelgazan y se ensanchan en arbitrarios respiros, meandros y recovecos de laberinto...¡he ahí la clave! Para encontrar a Guanajuato hay que buscarlo -Minotauro tímido- encerrado en lo más recóndito de su laberinto. Pero cuando encuentro al Minotauro guanajuatense no me hace su víctima, como el cretense, sino que me da la sal y el pan de su amor. Irremediablemente perdido entre callejas que suben y bajan, que van y vienen, se siguen y se persiguen, me encuentro frente a frente, austero y dulce, antiguo y moderno, a ese viejo y prodigioso Guanajuato. Entonces atrapo su secreto.

A la muy noble y leal ciudad le ha pasado la embriaguez de sus años mozos; me percato de cómo le ha mudado el genio, pero no la prestancia. Cambio de fortuna y de designio transformaron el "palacio del Rey de Oros" en casa de sosiego y de meditación. Aún persisten el perfil bravío y el gesto apasionado y voluntarioso, pero ya hace mucho que el vecindario arrojó el ancla por la borda para buscar seguro. Y lo ha encontrado. Altibajos de la suerte. Fué antier nomás cuando el Real trasfundía al mundo el licor de sus arterias de oro; cuando los galeones iban repletos con los lingotes del quinto real y los espléndidos donativos destinados a la Corona. Valenciana, Tepeyac, Cata, Santa Ana, Rayas y Mellado, en plena bonanza, vaciaban su fabulosa riqueza en las manos de sus felices poseedores. A su vez los ricos mineros volcaban su escarcela con prodigalidad: construían palacios y templos, hospitales y colegios; reconstruían el esplendor de las caducas catedrales españolas -Burgos, Toledo- y exoneraban las piadosas esculturas de petrería. De España venían en cambio las merdeces del Rey; títulos nobiliarios, privilegios, escudos de armas, licencias -todavía el trueque de las cuentas de vidrio- que satisfacían la simple vanidad del esforzado gambusino. Así lucieron sus flamantes pendones en la procesión de Corpus -seda, replandor y atuendo- el Marqués de San Juan de Rayas, el Conde de Casa Rul y el Conde de la Valenciana, fuertes, opulentos y benefactores. Vida señera, deleitosa y delirante la de Santa Fé de Guanajuato cuando del pozo de San Antonio brotaron, como de un géyser, los cándidos raudales de la plata casi virgen. Embriaguez de poderío y vanagloria.
Embriaguez de juego. Nadie se daba cuenta que la vida fluctuaba en el filo del azar. Se apostaba a la carta de la mina -generoso empeño- y a la carta del albur: apuesta del todo o nada. El oscuro trabajador, con la vela de sebo en el sombrero, envidiaba también su existencia bravía al deslizarse por el inseguro tiro, a cambio de que su mujer luciera tacones de plata en la fiesta de San Juan. El deseo de riqueza se erguía en una voluntad inquebrantable, retadora del destino. Cara o cruz. El hombre hizo costumbre de lo aleatorio y reía a la muerte. Cerca de la veta de San Bernabé, el cerro del Cubilete; desde allá arriba ví los cubitos del caserío como una tirada de dados.

Por enmedio de las pasiones pasó la evangélica sombra del Padre Coromina, hermano de la pobreza; y el auga de las inundaciones inútilmente golpeó con los puños cerrados los recios muros de los patios de beneficio. El afán tumultuoso iba a la zaga de su quimera. Hasta que un día la fortuna veleidosa le dio las espaldas y el pozo millonario escatimó sus dádivas; la veta empobreció y se volvió arcilla, "venero escriturado por el Diablo".
De entonces acá viene la mudanza. Una mudanza en el corazón y en el propósito; de la aventura de los metales preciosos y del provecho inmediato se asciende a la milagrosa aventura del precioso espíritu. La ciudad se arremansa y se suaviza. La paz ha llegado a Guanajuato.

El día de San Ignacio, patrono jurado, la ciudad soterrada, la antigua ciudad minera, la ciudad sin horizontes, halla superación y toma desquite. Todo Guanajuato escala la Bufa; el pueblo se esparce por las abruptas eminencias, como sobre las faldas del monte, cual maternal regazo; trepa hasta la cima de los crestones para divisar a lo lejos el azul marino de la cordillera, y abajo, desvaída, la llanura del Bajío. Se ven allá Silao, Irapuato y el lento andar de los caminos a nivel. Es el desquite del pasado encierro en la oscura galería. El hombre vuelve a la humana naturaleza, a la mina dorada del sol, aire anchuroso de la cumbre. Alegre ceremonia de desposorio con los elementos. Ese 31 de julio llueve de necesidad, a torrentes, y para los buenos guanajuatenses, ellas y ellos, es un gozo volver empapados, las mejores galas perdidas deliberadamente en la tormenta; los ojos llenos de amplitud y las piernas con un dolor de cansancio por haber subido hasta la Cueva del Santo -la imagen pintada al fondo- Cueva que por encumbrada es ya un principio de la galería celeste.

Desde la conversión, la ciudad cuida del decoro de su antigua presencia hidalga. Hay una conciencia escultórica en su actitud cervantina y hace gala entre lo que fué y lo que es, entre la convulsión de antaño y la plácida serenidad de hogaño. Guanajuato católica y espiritual y plástica, es hoy una ecuación de armonía.
Por ello la estatua del Pípila levantada en su linde, es una negación y una contradicción. No es el símbolo del heroísmo anónimo, sino de la agitación y la destrucción. No el Pípila humillado bajo su losa, al servicio de la libertad, sino la representación demoníaca de Calibán. Con la tea icendiaria en lo alto -el puño cerrado- se yergue sobre el cerro de San Miguel, galvanizado por una impulsión homicida, gigante ciego y loco que repite la leyenda puesta en su base: "Aún hay otras alhóndigas que incendiar".
La ciudad se desconcierta. Desde el triángulo del "jardín del queso", la pequeña plaza principal, el ingente coloso aparece hollando la bóveda del templo de San Diego, en primer término. Sin embargo, las ocho Musas que rematan el Teatro Juárez, a la vera, no se inmutan y persisten en su gesto hierático.

Tampco se inmutan los chavos, estudiantes que nacen a la vida del pensamiento en el vientre maternal del Colegio del Estado. Al viejo solar de doña Josefa Teresa de Busto y Moya, nobilísima fundadora, convergen dos poderosas fuerzas que excluyen las malas pasiones: la honrada tradición en que afirma, y el espíritu juvenil, almo y puro, que trae de fuera, entre brumas de ensueños, el mensaje de un mundo mejor. En la sala de estudios -galería de cristal a donde llega el día- los estudiantes ensayan la nueva alquimia de trasmutar sus graves meditaciones en una diamantina y superada realidad. Veta inextinguible la de la Universidad, que se ensancha y aflora para el porvenir. Jocundo y depurado artificio de creación.

Al ocio del atardecer, mientras Guanajuato resbala hacia el Bajío arrastrado por el ancla de su Fé, -armas y escudo-, los estudiantes se dispersarán por calles y callejuelas en busca de Erato, la Musa de la poesía amorosa, que fugó del Teatro Juárez a hurto de sus distraídas compañeras, pero que de improviso asomará tras de una historiada reja, en el pecho y en las manos de Anacreonte.

jueves, mayo 28, 2009

TENGO MIEDO

Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza
del cielo se abre como una boca de muerto.
Padece mi alma un llanto de princesa
olvidada en el fondo de un palacio desierto.

Tengo miedo. Y me siento tan cansado y pequeño
que reflejo la tarde sin meditar en ella.
(En mi cabeza enferma no ha de caber un sueño,
así como en el cielo no ha cabido una estrella).

Sin embargo en mis ojos una pregunta existe
y hay un grito en mi boca que mi boca no grita.
No hay oído en la tierra que oiga mi queja triste
abandonada enmedio de la tierra infinita!

Se extingue el universo de una calma agonía,
sin la fiesta del sol o el crepúsculo verde.
Expira Saturno como una pena mía,
la tierra es una fruta negra que el cielo muerde.

Y por la vastedad del vacío van ciegas
las nubes de la tarde, como barcas perdidas
que escondieran estrellas rotas en sus bodegas.

Y la muerte del mundo cae sobre mi vida.

Acerca de mí

Nací un martes 13 exactamente a las 00.13 y alguien dijo que por eso estaba emparentado con un ángel desalojado del Paraíso. Tal vez...