martes, octubre 03, 2006

BITÄCORA

Eran las cuatro menos cuarto. Desde la cubierta del Errante al partir podía vislumbrar la larga procesión de luces en el puerto. Una a una, con parsimonia y puesto que la placidez de las aguas y mis heridas me lo permitían, fui recorriéndolas con la mirada despidiéndome de todas y de todo lo que allí había experimentado. Los besos y las caricias, las lágrimas y las mentiras. El amor y el odio. Todavía hacía unas horas tuve que saltar desde el muelle, porque no me dieron tiempo de tomar mi balsa. Querían acuchillarme. Aquella hermosa doncella dijo que yo le había quitado su más preciado tesoro, cuando lo que realmente había hecho fue amarla con toda la sinceridad y pasión de la primera vez. Confieso que hubiera podido sin límite seguir con ella, pero pronunció prematuramente esa frase, ese sacramento imposible para mí...y, después de un beso único, puse fin irrevocablemente a esa que pudo haber dejado de ser una aventura. Cuando recuerdo ésto pongo la mirada en el antepenúltimo de esos albortantes, tan exquisitamente forjados en el bronce refulgente y al hacerlo sé que aún no encuentro explicación a la desbordada y perversa reacción. "Si no vas a ser mío...no serás de nadie", me pareció oír apenas, cuando ya me disponía a abandonar la habitación. Instintivamente me volví, sólo para ver cómo se lanzaba contra mí, daga en ristre. En esos instantes, a pesar de la angustia no puede dejar de admirar de nuevo aquellos labios carnosos, jugosos, ni el cuerpo maravilloso que hacía un momento acababa de temblar junto al mío. Tampoco el destello verde esmeralda que el odio no lograba ensombrecer en sus ojos y, perdido como estaba ante tanta belleza, no reaccioné para detener o desviar el golpe. El dolor me despertó violentamente del embelezo. Me llevé las manos al vientre y quedaron totalmente ensangrentadas. Cuando se disponía a asestar la segunda puñalada detuve en el aire su mano, tierna y delicada. Con mirada suplicante intenté decirle que la amaba, que mi vida la habría dado por ella sin pensarlo. Le arrebaté el filoso agente y, al besar su boca por última vez, giré para saltar por la enredadera hasta el portón. La herida era escandalosa pero no profunda ni grave. Sentía un dolor agudo. Nadamás.
Como pude corrí hacia el muelle y a lo lejos escuché su voz pidiendo auxilio. Al instante tenía casi encima cinco o seis perseguidores que inutilmente quisieron darme alcance. Salté al mar...y luego no supe de mí. Después caí en la cuenta de que Diego y Fernando, mis fieles acompañantes desde el principio, estaban aguardándome en la balsa. Ante la situación, me rescataron y pusieron viaje hacia mi amado barco, el Errante, donde me asistieron y prepararon la salida.
Me despido de El Callao y cierro el capítulo. Lo cierro bien. Para siempre. Ahora pienso en lo que viene. Queremos seguir hacia Cabo de Hornos, como lo hemos intentado ya otras veces sin lograrlo, bien por una tempestusa oleada de vientos o de besos. Hoy estamos más dispuestos y menos enamorados y el tiempo calmo nos favorece. A las siete en punto estamos en la ruta y no la abandonaremos hasta llegar a Punta Arenas. Serán diez días de navegación sin acercarnos a tierra. Extrañabamos esto. Nos hacía falta, tanto como muchas otras cosas y sentimientos, pero hoy sólo queremos mar. Después...ya veremos después.

2 comentarios:

Ciriaco Pescador dijo...

Alguien, en alguna ocasión, se refirió a mí como "poeta errante", espero que se refiera a errar de "vagar" y no errar de "equivocar". De todas formas, emparentados estamos, en la bitácora de tu hermoso viaje debes apuntar detenerte en Cole cole. Saludos.

Ciriaco Pescador dijo...

p.d. El amor sin sangre no es tal.


Acerca de mí

Nací un martes 13 exactamente a las 00.13 y alguien dijo que por eso estaba emparentado con un ángel desalojado del Paraíso. Tal vez...