De nuevo nos encontrábamos en aquella colina, pletórica de álamos, de sueños y de besos. Atendiste mi súplica y mi lloro, por tí. El viento de otoño acariciaba suavemente mi rostro y enmarañaba tu pelo, haciéndote ver aún más jóven.
Al abrazarte, mi cuerpo tembló con intensidad otra vez, como aquella en que distraje tus horas frente al espejo de la vida en el que ambos nos reflejamos y, sin palabras, supimos que aquello era único. No quise terminar ese abrazo. Lo dilaté hasta sentir tu corazón latir en rítmico acompasamiento con el mío, imaginando dos barcas que en un mar infinito se han unido y las mueve al mismo tiempo serena y apaciblemente el oleaje sin nombre.
Es el Piamonte, pero el nuestro, no el de todo el mundo. Acaso no te ha invadido aún ese perfume que entonces y ahora enmarca este lugar?...No te diste cuenta, amor, de la húmeda fronda que nos rodeaba, que nos envolvía impregnándolo todo de acariciantes y enloquecedoras sensaciones ?...Y sin embargo, nada de eso se compara con el deseo que has vuelto a despertar en mí desde el instante mismo en que nuestras miradas se descubrieron. No puedo, por más que quiero, describir esta sensación que inflama y sosiega, estremece y apacigua, llenándome de miedo y de incertidumbre, pero igual de ansiosa necesidad de poseerte.
Prolongué el abrazo y fue tan hondo mi apuro y tan agudo el deseo, que busqué con desesperación el beso que precede a la entrega que quiero hacerte de mi vida entera como prueba definitiva de mi amor. Prolongué el abrazo, te di ese beso y de pronto mi pasión se desvaneció al sentir la frialdad marmórea de una esfinge, al advertir el enorme vacío que hay en un cuerpo sin alma; al descubrir estremecido que me habías soltado.
Allá tras mi Piamonte, lejanas, vagas y mortesinas se adivinaban las luces de aquella metrópoli. Aparecían fragmentadas a través de las lágrimas que inundaban mis ojos. Me aparté de ti serena y delicadamente. Besé con ternura tus párpados en un gesto de despedida y me acerqué sin prisa al borde de ese jardín, de nuestro jardín. Qué grandioso era todo, mi amor, lo que habías despertado en mí. Sin ti, bien lo sabías, nada tendría sentido.
Alcancé el borde y me volví para mirarte por última vez, acaso con la ilusión de verme sorprendido por un destello en tus pupílas. ¡Nada! Sólo la luna se reflejaba nítida y brillante en la escultura de tu cuerpo que aparecía imperturbable ante mi decisión.
¡Qué extraño placer y qué tremenda placidez proporciona la certeza de que todo ha terminado!
lunes, noviembre 06, 2006
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Acerca de mí
- Erranteazul
- Nací un martes 13 exactamente a las 00.13 y alguien dijo que por eso estaba emparentado con un ángel desalojado del Paraíso. Tal vez...
7 comentarios:
Te dejo mis besos.
mar
Es así, mi estimado amigo...
Los finales definen..., duelen...y también liberan.
Qué mejor vivencia que la de la verdad, por más dura y triste que sea?
Jesús enseñó que era él "el camino, la verdad, y la vida"...y ese es el orden: las verdad siempre precede a la Vida.
Respira profundamente y ya no llores, ni te lamentes.
Cuando el corazón sane estará Fuerte para experimentar algo mejor..
Con esperanza...y fé.
Siempre.
Hermoso día!!!!
Feri
Vengo para agradecer tu visita y el hermoso comentario, estás invitada siempre...
Dejo un cálido abrazo desde Buenos Aires.
MentesSueltas
AMA:
Ahora tengo blog!
Incluí una foto nuestra...
TE AMO AMA MALA!!!
Aquí estaré para calmar tus ansias.
He leído tu nota y debo decir que es hermosa... respecto al comentario, pido disculpas y ratfico que sos "ël"...
Un enorme abrazo desde Buenos Aires.
MentesSueltas
Pasándo a saludar. Fuerte e inteso texto. Es cierto. Las despedidas duelen, pero dejan una sensación de libertad que parece una dicotomía.
Me gustó tú blog, pasré seguido.
Saludos..
El resto?.. ya volvió aparecer, pásale cuando quieras.
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